07 diciembre 2011

Cuentos de fantasmas


La Mujer De Rizos Negros

Parpadeó varias veces sin apartar la mirada, aquella mujer de cabello negro largo y rizado le sonreía con ternura sentada sobre el techo verde, siguió el movimiento de su mano al saludarla, corriendo la visión por primera vez buscó a los costados alguien a quien ese saludo sea dirigido y en cuanto volvió a observarla la joven la señaló.

- ¡Karen!

El llamado de su madre desde el interior de la casona la desconcentró, antes de entrar apresurada, ojeó las chapas del techo encontrándose solamente con el cielo azul; había desaparecido.

En el interior hacia tanto frío como afuera, varias habitaciones tenían la luz encendida pero las voces familiares provenían de lo que parecía ser el comedor. Llegó junto a sus progenitores hasta terminar abrazada a la pierna de su padre quien le acarició la cabeza sin mirarla.

- Muy bien, sigamos con las habitaciones

Vio cómo seguían al hombre vestido de traje gris que aparentemente les mostraba un posible futuro hogar. Separándose nuevamente recorrió con curiosidad los recovecos del lugar, unas escaleras cercanas a la cocina descendían hasta terminar en la oscuridad; bajó saltando cada escalón, haciendo mover sus dos coletas las cuales recogían su cabello castaño.

Una vez abajo, vislumbró a través de la penumbra la cola del vestido blanco que tenía puesto la mujer de la entrada. Se alejaba en la profundidad del sótano y la pequeña niña vaciló un par de veces antes de animarse a entrar.

- ¿Hola?

La voz aguda y delicada hizo un débil eco entre las paredes provocando un escalofrío involuntario en el pequeño cuerpito, la mujer se volteó y se acuclilló a la altura de la niña y estirando el brazo le tocó la cara. Karen esperó sentir su mano, pero tan sólo una sensación fría rozó su mejilla.

Fijando sus ojos ámbar en los de la mujer extraña preguntó.

- ¿Cómo te llamas?

- Esta es mi casa – contestó en voz baja

- Papá y mamá se la van a comprar – sonrió radiante

- Pero es mía – volvió a decir

- ¡Puedes quedarte con nosotros! ¡Podemos ser amigas! – exclamó alegre

Vio a la mujer moverse hasta arrinconarse en una esquina de la habitación, abrazándose a si misma y comenzando a murmurar palabras que no llegaba a escuchar. Acercándose hasta ella la niña bajó la mirada y se agarró a su delantal, arrugándolo.

- Yo… no tengo amigas – dijo con suavidad

- Yo tampoco, pero no quiero tenerlas – sentenció un poco más firme

- ¿Por qué no? Podemos jugar a las muñecas, a la casita y te contaré mis secretos – explicó para luego bajar la cabeza – prometo no enojarme si no me cuentas los tuyos…

La mujer comenzó a reír y sus mejillas fueron barridas por las lágrimas transparentes. Se agachó hasta terminar hecha un ovillo y los espasmos del llanto comenzaron a ser más profundos.

- ¡No quiero estar sola! Eché a todos los que iban a arrebatarme mi casa – gimoteó mirando a Karen – ellos no me querían aquí, yo los asustaba…

Sonriendo con alegría la jovencita puso ambas manos rodeando la cara de la mujer, aún sin poder tocarla e intentó limpiar sus lágrimas.

- Entonces no seamos amigas, sino ¡Mejores amigas! – Exclamó – no estaremos solas y compartiremos la casa

- Pero… - intentó decir

- ¡Por favor! No me dejes… si quieres duerme conmigo – sonrió – mamá siempre me dice eso para convencerme

La mujer de cabello negro cerró los ojos un momento, para luego colocar sus manos sobre las de la niña y mirándola con una sonrisa radiante decir:

- Seamos mejores amigas entonces

Antes de poder reaccionar escuchó el llamado de su madre, echó a correr hasta las escaleras y antes de subir se detuvo hasta voltearse.

- Le diré a mamá que quiero esta casa – afirmó

La mujer la observó desaparecer por la escalera y volvió a llorar apoyada contra la pared.

- Tengo una amiga – agradeció