LUCECITAS
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tambores
Los hombres por la esquina golpean los chicos, impiadosos con la siesta de San Telmo, aunque sospecho que nadie duerme en esta tarde en el barrio, nadie debería dormir porque ésta es la tarde de La Llamada criolla y todos los colores salpican en manchas de repiqueteos y gente que va y viene y que bailan, y observan y experimentan la felicidad. Algunos sacan fotos; en las galerías antiguas aledañas otros pagan precios por sifones viejos y estampillas llenas de polvo que cuelgan de estructuras viejas y oxidadas. Hay algunos que se sientan en el cordón y pasan horas con sus pies a centímetros del agua negra que moja los adoquines. Muchos siguen de largo ignorando la celebración junto a sus mujeres que los toman del brazo y les señalan los detalles de los faroles de las construcciones. Tambores de múltiples colores en infinito contraste con las viejas casas arrasadas por la erosión de los años. Sobre Defensa se ve un contingente de turistas que todo lo convierten en inmortales recuerdos de su paso por el mundo, algunos bailan cualquier cosa y me resultan simpáticos, parecen alemanes, quizá nórdicos, en fin, tipos que gastan las tarjetas en lugares exóticos y toman cervezas y luego van al teatro y compran cueros y se van algún día. Eduardo Da Luz! Grita uno que corre junto a otro hacia la esquina donde empieza a girar la comparsa y ahí entiendo de qué tan poco sé de candombe, seguro que el tipo es algún músico de la otra orilla, en donde este género calienta las aceras con adoquín también, como el de Palermo, el viejo barrio de los negros esclavos africanos durante la colonia. Una bandera flamea entre la multitud y es roja, blanca y azul, puedo pensar en Nacional mientras observo venir a uno con la camiseta de El Carbonero. Gritos y efervescencia ahora, los palos en los parches rabiosos y otro grito y La Llamada es energía, es un animal gigante destrozando con su paso todos los murmullos, televisores encendidos, llamados por teléfonos, radios, autos y escapes, besos de enamorados.
La piba me toca la espalda y me pide fuego y me dice estos son los uruguayos del barrio del Cerro, a veces tocan en las laderas del Fuerte la miro detenidamente, hago un gesto torpe y miro la comparsa volviéndome a ella que empuja mi cigarrillo moviendo sus labios. Mi amigo me mira en silencio y vuelve hundir el pico de la botella para dejarme actuar del barrio del Cerro? le pregunto… ella me devuelve el cigarrillo y habla con otra que está a su lado, le pasa el cigarro a la ésta, se ríen de algo y nuevamente me mira sí, son del Cerro, un barrio de Montevideo de donde vengo yo, un barrio que alguna vez supo ser albergue de inmigrantes… sus calles tienen nombres de países y países y entonces calla y detiene su vista en las alturas, esperando quizá mi respuesta, quizá no, dejándose llevar por la vibración de la cuerda que bailando en dos movimientos se traslada pesadamente sosteniendo al animal. San Telmo me encanta y despeja el flequillo que le pincha en la frente y pasa un largo momento que no distingo los tambores, como si todo hubiese quedado suspendido en pequeñas esferas transparentes de silencio, ella se da cuenta que la observo detenidamente y no hace nada, se deja mirar, porque más que seguro que le encanta que la miren, porque sabe que realmente es hermosa y le gusta, lo disfruta, y entonces es cuando llego a sus ojos y parece que mi boca está muy cerca de la suya pero ella sigue sin decir nada, y bajo deslizándome atento por su nariz y ya la escena se vuelve definitivamente en silencio porque su boca se está abriendo lentamente y apenas asoman sus dientes que también son hermosos y todo parece brillar en el instante que deja salir el humo del cigarro. A todo esto me sigue mirando y ya empiezo a desesperarme porque todo es tan fácil y tan conmovedor para los que nos miran, porque entienden que soy un afortunado de que ella me mire así, allí casi en la esquina, mientras la comparsa ya no sé dónde está y si todo esto sucede en Uruguay o Argentina, en el barrio del Cerro o San Telmo, Balvanera o Palermo, me pregunto de quién estarás o estuviste enamorada, cómo será el tipo que querés y que pueda besarte en la frente bajo el flequillo, aquel afortunado que puede morder esos labios. Te prometo que cruzo el charco y me voy a tu barrio, y que si llegás a quererme me quedo a vivir allá… yo qué sé en … en alguna pieza de hotel… en carpa cerca de la playa, o a dónde a vos te parezca para tenerme a tu alcance cuando lo dispongas porque ya no voy a querer irme de esos ojos y ese pelo con algunos rulos.
Gracias por el fuego dice y me sonríe tibiamente llevándose todo el perfume en su empezar a andar rozándome con su codo mi pecho, con su campera adidasazul y sus zapatillas rojas, y luego es su amiga quien la sigue. En instantes se pierden entre la gente que sigue bailando allá mientras los alemanes continúan sacando fotos y el repique es furia, allá donde el candombe abre las ventanas, allá del otro lado donde los adoquines laten.
crónicas del Capitán
(La Llamada. San Telmo 2009)